Texto y Foto de Richard Avedon
“En 1975 llegué a un punto en mi carrera en que no estaba
interesado en hacer retratos a personas de poder y fama. Sin embargo,
había tres hombres cuyo trabajo admiraba enormemente y cuyo retrato
quería realizar: Jorge Luis Borges, Samuel Beckett y Francis Bacon. Sus
retratos involucraron tres tipos diferentes de performance: Borges
otorgó una performance infotografiable, Beckett rechazó la performance y
Bacon ofreció una performance perfecta.
Fotografío a lo que más le temo, y Borges era ciego.
En vuelo a Buenos Aires me informan que la madre de Borges, con quién
yo sabía que él vivió toda su vida, acababa de morir esa mañana. Asumí
que la sesión sería cancelada. Pero él me recibió, como estaba planeado,
la tarde siguiente a las cuatro en punto. Llegué a su apartamento y me
encontré a mi mismo en la oscuridad. Estaba sentado en una luz gris, en
una silla pequeña, y me señaló con su mano que me sentara a su lado.
Casi inmediatamente, me dijo que admiraba a Kipling, y me pidió que le
leyera. “Ve a la biblioteca y busca en séptimo libro desde la derecha
del segundo estante”. Lo hice. Me dijo cuál poema de Kipling quería
escuchar –“The Harp Song of the Dane Women”- y se lo leí. Se sumó en
algunos pasajes. Si sabía yo anglosajón, me preguntó. ¿Qué prefería,
leyenda o elegía? Elegía, aventuré. Me explicó, mientras preparaba su
recitado, que su difunta madre yacía en la habitación de al lado. Sus
manos se crisparon de dolor justo un instante antes de su muerte,
explicó, y luego describió cómo él y su sirviente habían estirado cada
uno de los dedos de su madre, uno por uno, hasta que sus manos
descansaron sobre su pecho. Luego recitó la elegía anglosajona, su voz
elevándose y cayendo en el cuarto oscuro.
La primera vez que lo ví en la luz, era mi luz. Me abrumaron los
sentimientos y empecé a fotografiar. Pero las fotos resultaron más
vacías de lo que yo esperaba. Pensé que de alguna manera la abrumación
fue tanta que no había logrado poner nada de mí mismo en el retrato.
Cuatro años después leo una crónica de Paul Theroux sobre su visita a
Borges. Era mi visita: la luz suave, la ida a la biblioteca, Kipling,
el recital anglosajón. De alguna manera, parece que Borges no hubiera
tenido visitas. La gente que venía de afuera sólo podía existir para él
si formaba parte de su propio mundo interior, el mundo de poetas y
sabios que eran su verdadera compañía. La gente de ese mundo sabía más,
discutía mejor, tenía más para decirle. La performance no permitía
ningún intercambio. Él se había tomado su propio retrato hacía tiempo
atrás, y yo sólo pude fotografiar eso (…).”
Fuente:
f2.8
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